A Celina le gustaba juntar objetos de la calle. Su compañera de casa le había dicho muchas veces que era un asco, que estaban llenos de bacterias, y ella le había contestado siempre lo mismo: las bacterias no la afectaban, como no creía en ellas era totalmente inmune.
Tenía este tipo de máximas que irritaban a gente más racional. No le hacía falta encontrarle lógica a las cosas, sólo le divertía ir buscando verdades que fueran sólo para ella. Caminar sin levantar los pies del piso te lleva más rápido que correr, soplar un papelito de un lado al otro de la mesa te despierta si tenés sueño, comer una torta justo a las 5 de la tarde no engorda.
En el trabajo compartía sus paradigmas con convicción aunque nadie le hiciera mucho caso. Se daba cuenta, pero no le preocupaba, se hacía caso ella misma. Lo demás llegaría después.
Porque su certeza más importante, en la que más fe tenía, decía que algún día iba a conocer a una persona que creyera en todo lo que ella creía, finalmente alguien la entendería. Iba a ser el amor de su vida. Esto no era fácil de conseguir. Por ejemplo en su trabajo casi todos la querían, y sin embargo, no dejaban de verla como una loca linda. Coincidían en que era como un personaje de una película, entrañable, peculiar, interesante de mirar, con ángel como dicen, pero no alguien a quien pudieras acercarte, estaba en su propio mundo. Eso sí, había alegrado la oficina. Llevaba siempre regalos chiquititos pensando en cada uno, escribía frases de canciones que le parecían lindas en papeles de colores y los dejaba secretamente en los escritorios para mejorarle el día a los demás, hacía torta de ricota para comer justo a las 5 (tácitamente se había decretado un recreo y se juntaban a charlar).
Se habían olvidado de cómo eran las cosas antes de que entrara a la empresa, cuando no compartían ni el mate, por eso les pareció tan chocante la llegada de Álvaro. Él estaba en otra frecuencia
Celina no se dedicó a bienvenirlo con tanto énfasis como había hecho con otros recién llegados. Ya de por sí tenía barba, y los barbudos para ella eran mentirosos.
Los pocos intentos que hizo no fueron bien recibidos. Álvaro decía que la torta a la tarde le caía mal, y que la de ricota era de hippie falsa, le parecía que la gente que sacaba frases de canciones se hacía la profunda, creía que todo souvenir o similar servía sólo para juntar mugre; venía con su propia artillería de dogmas.
Una tarde, antes de irse para su casa, Celina lo saludó educadamente pero desde lejos para después despedirse de Mario, de contaduría, con un abrazo efusivo. Álvaro hizo un comentario por lo bajo sobre cómo a las chicas así les encanta calentar a tipos así.
-¿Chicas así cómo?
-Hippies falsas que hacen torta de ricota. No les gustan los nerds, pero les divierte que las admiren.
-Siempre diciendo esas cosas. Mi teoría se confirma una vez más, ¿ves por qué pienso mal de los barbudos?
-Yo pienso mal de las mujeres de 30 que dibujan una flor al lado de la firma. Me parece que se hacen las alegres, no le creo a la gente que se muestra tan alegre.
-Vos porque sos un amargo, si tampoco te gustan los gatos. Eso quiere decir una cosa, que no sos digno de confianza. Yo tengo dos, por eso estoy tan alegre.
-Las mujeres que tienen más de un gato quieren tapar una soledad que las abruma.
-No me digas así, me hacés sentir muy sola.
Lo quiso decir con una sonrisa irónica, pero él le vio toda la tristeza de golpe.
-Te entiendo, le contestó. La frase le quedó resonando en la cabeza, le parecía que era la primera vez que la escuchaba en su vida. A él le pasó lo mismo, como si nunca la hubiese dicho de esa manera.
Y se dieron un beso que se sintió muy bien, y les dio miedo, y se rieron, y Celina se limpió disimulada una lágrima que le empezaba a salir, y Álvaro se sintió mareado pero no mareado feo.
Ella siempre se había jactado de no pensar en el futuro. Él siempre había odiado la incertidumbre, le gustaba estar en control de las cosas. Pero Celina bajó la mirada (¿por qué estaba tan nerviosa?) y le preguntó bajito:
-¿Y ahora?
Álvaro acarició el gatito que tenía tatuado en la muñeca y se agachó como para contarle un secreto a él:
-No sé.
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Hace 2 meses