No me gusta el levante. Siempre se nota cuando un tipo está usando una estrategia prefabricada para lograr algo con una, y no sé a otras mujeres, pero a mi no me gusta. Nunca entendí cómo existían, en las épocas noventosas de los lentos, muchachitos dispuestos a pedirles bailar una por una a un grupo de amigas prepúberes paradas en fila, al ir recibiendo sus negativas (fui testigo de este tipo de escenas varias veces). Jamás supe de dónde salieron esos huevones que tiran piropos a lo loco en el boliche o te tratan de atrapar o tocar cuando les pasás por al lado. ¿Estas personas piensan que si te agarran de un brazo y te retienen lo suficiente de pronto vas a tener ganas de chapártelas?
Estos son casos exagerados, pero tampoco me gustan las frases de levante, las miradas de levante, las sonrisas de levante, que me canchereen, nada de eso. Creo que por eso me cuesta tanto seducir a extraños, me da vergüenza ajena el contacto visual exagerado y todo ese ritual inicial que hay que hacer.
Sí me gusta el coqueteo más sutil, que tiene que estar indefectiblemente mezclado con el humor, me encanta ir encontrando coincidencias de a poco y que se genere algo espontáneo, específico de ese momento.
Suena obvio, pero si lo fuera, no existirían tantos langas en el mundo, evidentemente sus técnicas a veces les funcionan.
Y ojo, porque podemos encontrarnos ante una falsa espontaneidad a la que de pronto le salta la hilacha, que es peor que el levante armado más obvio, nos hace sentirnos tan estafados como ver por segunda vez un sketch cómico.
Seguime en INSTAGRAM
Hace 4 años