martes, 23 de septiembre de 2008

Enclaustrado

Descubrió que no se podía sacar la pulsera. Se acordó de su hermano, que le había dicho que no se la prestaba porque era muy chica para él, para sus muñecas tan anchas. Por algún tipo de rebeldía silenciosa había aprovechado la excursión de Pedro al quiosko para sacarla de la caja y probársela.

Las manos le sudaban de los nervios. Empujó el círculo de metal torpemente, con movimientos bruscos hasta que alcanzó la muñeca. Ahí tiene, dijo para sus adentros, sí me queda. Pero no pudo disfrutar de su triunfo, el miedo a ser descubierto lo apuró a querer quitársela lo antes posible. Ahí fue cuando se dio cuenta de que no iba a salir.

Se desesperó. Pedro iba a volver a la casa y lo encontraría ahi, como un tonto, haciendo justamente lo que le habia prohibido. ¡Qué ridículo!

Odió el material tan rígido que lo esclavizaba. Sentía que se achicaba en su brazo a cada segundo. Se sentía aprisionado, no sólo su brazo sino todo él, no podía salir de esa situación en la que estúpidamente se había metido. Transpiró otro poco, su respiración y sus latidos empezaron a acrecentarse, reforzando una cuenta regresiva que no lo dejaba pensar claro.

Intentó por todos los medios meter un dedo de la otra mano en algún espacio libre para tirar con todas sus fuerzas, pero no había caso. Trató de pisarse la mano con el pie para que se achatara, quiso romper el metal con los dientes, sacudirlo, romperlo, terminó mordiéndose la mano hasta casi sacarse sangre.

Sus dedos estaban rojos de tanta presión, se le escaparon unas lágrimas de impotencia. Era demasiado soberbio para admitir que creía en algo mas que en él mismo, pero cerró los ojos y le hizo una promesa al universo. Si esto se resolvía, se llevaría mejor con su hermano, sabía que la pésima relacion que tenían se debia a su prepotencia, a no querer asumir nunca que estaba equivocado. Juro que iba a cambiar, iba a ser un hombre nuevo, de hecho empezaría por contarle a Pedro lo que habia pasado. Quería sincerarse, sólo de esa manera podría empezar a mostrarse mas humano, sí, esto los acercaría en definitiva.

Hizo un ultimo intento mientras abría los ojos. La pulsera, al fin, cedió. La guardó mientras recuperaba el aliento y se sentó en la cama.

Cuando volvió Pedro, lo vio acalorado y le preguntó que había pasado. No le contestó. Se giró, encendió la tele con una mano y se cubrió las marcas de la otra con el almohadón.

7 comentarios:

Diego dijo...

Interesante cuento, es increíble cómo con algo que parece un suceso trivial puede analizarse tanto la conducta humana.

caca dijo...

muy lindo cuentito, libretita escritora.

cómo anda kalterbruner o cómo se escriba, se terminó ya?

Firulo dijo...

A todos nos pasó.
Por qué es más dificil sacarla?
Un misterio.
Hoy voy a tratar de pisarse la mano con el pie, suena divertido.

Libreta de flores dijo...

gracias diego y nati.

nati podés creer que no lo terminé todavía, cada un par de meses leo unos capítulos, me queda poquito.
¿querés que te lo devuelva?
no quiero ser una ratera.

firulo, no sé pero es así. nada que ver, pero quiero decir que la frase "todo lo que entra tiene que salir" es una completa y burda falacia.

pisate nomás la mano y contanos.

caca dijo...

no, ja ja, terminalo. Es un buen libro (?).

Mercadito de barrio dijo...

cuando era chica, pasè la cabeza por la reja de mi ex casa y después no podía salir... recuerdo que venían y me decían cosas para que no llore.. que si habia pasado para entrar tenia que lograr liberarme. muy traumático, pero salí.

Anónimo dijo...

qué buen cuento libret. Me encantan las promesas que uno hace en esos momentos de desesperación.
mercadita, qué suerte que aclaraste que pudiste sacar la cabeza de la reja, te imaginé escribiendo desde ahi.