martes, 30 de septiembre de 2008

Seguro

A Celina le gustaba juntar objetos de la calle. Su compañera de casa le había dicho muchas veces que era un asco, que estaban llenos de bacterias, y ella le había contestado siempre lo mismo: las bacterias no la afectaban, como no creía en ellas era totalmente inmune.
Tenía este tipo de máximas que irritaban a gente más racional. No le hacía falta encontrarle lógica a las cosas, sólo le divertía ir buscando verdades que fueran sólo para ella. Caminar sin levantar los pies del piso te lleva más rápido que correr, soplar un papelito de un lado al otro de la mesa te despierta si tenés sueño, comer una torta justo a las 5 de la tarde no engorda.
En el trabajo compartía sus paradigmas con convicción aunque nadie le hiciera mucho caso. Se daba cuenta, pero no le preocupaba, se hacía caso ella misma. Lo demás llegaría después.
Porque su certeza más importante, en la que más fe tenía, decía que algún día iba a conocer a una persona que creyera en todo lo que ella creía, finalmente alguien la entendería. Iba a ser el amor de su vida. Esto no era fácil de conseguir. Por ejemplo en su trabajo casi todos la querían, y sin embargo, no dejaban de verla como una loca linda. Coincidían en que era como un personaje de una película, entrañable, peculiar, interesante de mirar, con ángel como dicen, pero no alguien a quien pudieras acercarte, estaba en su propio mundo. Eso sí, había alegrado la oficina. Llevaba siempre regalos chiquititos pensando en cada uno, escribía frases de canciones que le parecían lindas en papeles de colores y los dejaba secretamente en los escritorios para mejorarle el día a los demás, hacía torta de ricota para comer justo a las 5 (tácitamente se había decretado un recreo y se juntaban a charlar).
Se habían olvidado de cómo eran las cosas antes de que entrara a la empresa, cuando no compartían ni el mate, por eso les pareció tan chocante la llegada de Álvaro. Él estaba en otra frecuencia
Celina no se dedicó a bienvenirlo con tanto énfasis como había hecho con otros recién llegados. Ya de por sí tenía barba, y los barbudos para ella eran mentirosos.
Los pocos intentos que hizo no fueron bien recibidos. Álvaro decía que la torta a la tarde le caía mal, y que la de ricota era de hippie falsa, le parecía que la gente que sacaba frases de canciones se hacía la profunda, creía que todo souvenir o similar servía sólo para juntar mugre; venía con su propia artillería de dogmas.
Una tarde, antes de irse para su casa, Celina lo saludó educadamente pero desde lejos para después despedirse de Mario, de contaduría, con un abrazo efusivo. Álvaro hizo un comentario por lo bajo sobre cómo a las chicas así les encanta calentar a tipos así.
-¿Chicas así cómo?
-Hippies falsas que hacen torta de ricota. No les gustan los nerds, pero les divierte que las admiren.
-Siempre diciendo esas cosas. Mi teoría se confirma una vez más, ¿ves por qué pienso mal de los barbudos?
-Yo pienso mal de las mujeres de 30 que dibujan una flor al lado de la firma. Me parece que se hacen las alegres, no le creo a la gente que se muestra tan alegre.
-Vos porque sos un amargo, si tampoco te gustan los gatos. Eso quiere decir una cosa, que no sos digno de confianza. Yo tengo dos, por eso estoy tan alegre.
-Las mujeres que tienen más de un gato quieren tapar una soledad que las abruma.
-No me digas así, me hacés sentir muy sola.
Lo quiso decir con una sonrisa irónica, pero él le vio toda la tristeza de golpe.
-Te entiendo, le contestó. La frase le quedó resonando en la cabeza, le parecía que era la primera vez que la escuchaba en su vida. A él le pasó lo mismo, como si nunca la hubiese dicho de esa manera.
Y se dieron un beso que se sintió muy bien, y les dio miedo, y se rieron, y Celina se limpió disimulada una lágrima que le empezaba a salir, y Álvaro se sintió mareado pero no mareado feo.
Ella siempre se había jactado de no pensar en el futuro. Él siempre había odiado la incertidumbre, le gustaba estar en control de las cosas. Pero Celina bajó la mirada (¿por qué estaba tan nerviosa?) y le preguntó bajito:
-¿Y ahora?
Álvaro acarició el gatito que tenía tatuado en la muñeca y se agachó como para contarle un secreto a él:
-No sé.

viernes, 26 de septiembre de 2008

De chica jugaba al tetris

Todos sabemos que usar el transporte público en Buenos Aires en hora pico puede llegar a ser desde una experiencia levemente desagradable a una tortura degradante y humillante que nos roba de nuestra condición humana.
Me voy a referir a casos de mediana gravedad. Quiero denunciar que el común de la gente es poco práctica en estas situaciones.
Por ejemplo, a las 8.30 de la mañana me tomo el 59 o el 10. Las colas en ocasiones se hacen largas. Al subir al colectivo, siempre noto que los que me anteceden no aprovechan los espacios libres para que el vehículo pueda arrancar más rápido. Hacen una fila lineal, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Los peores son los del 17, son una raza de tomadores de colectivo que me cae especialmente mal.
En estos momentos, visualizo un tetris humano en mi mente. Correría al gordo de bigotes un poquito para la izquierda, haría que pasara el hombro por atrás del asiento del colectivero, le diría a la rubiecita que de un pasito más, dale, vos podés, y se ponga de costadito en el escalón con la de arriba y así con todos.
Pero no lo digo, sólo me acomodo ofuscada todo lo que puedo mientras miro como el semáforo cambia una y otra vez mientras seguimos parados.
Como en el juego de video, odio cuando quedan espacios libres en la parte de atrás, quiero una distribución equitativa a lo largo y ancho de la unidad.
En el subte ni hablar, me dan ganas de bajarle los brazos a la gente, agarrarlos de los hombros y acomodarlos para optimizar el espacio.
Yo creo que las empresas deberían contratar a un empleado que se encargue de esta labor. En su currículum tiene que dejar estipulado el nivel de tetris que domina, no es un trabajo fácil.

martes, 23 de septiembre de 2008

Enclaustrado

Descubrió que no se podía sacar la pulsera. Se acordó de su hermano, que le había dicho que no se la prestaba porque era muy chica para él, para sus muñecas tan anchas. Por algún tipo de rebeldía silenciosa había aprovechado la excursión de Pedro al quiosko para sacarla de la caja y probársela.

Las manos le sudaban de los nervios. Empujó el círculo de metal torpemente, con movimientos bruscos hasta que alcanzó la muñeca. Ahí tiene, dijo para sus adentros, sí me queda. Pero no pudo disfrutar de su triunfo, el miedo a ser descubierto lo apuró a querer quitársela lo antes posible. Ahí fue cuando se dio cuenta de que no iba a salir.

Se desesperó. Pedro iba a volver a la casa y lo encontraría ahi, como un tonto, haciendo justamente lo que le habia prohibido. ¡Qué ridículo!

Odió el material tan rígido que lo esclavizaba. Sentía que se achicaba en su brazo a cada segundo. Se sentía aprisionado, no sólo su brazo sino todo él, no podía salir de esa situación en la que estúpidamente se había metido. Transpiró otro poco, su respiración y sus latidos empezaron a acrecentarse, reforzando una cuenta regresiva que no lo dejaba pensar claro.

Intentó por todos los medios meter un dedo de la otra mano en algún espacio libre para tirar con todas sus fuerzas, pero no había caso. Trató de pisarse la mano con el pie para que se achatara, quiso romper el metal con los dientes, sacudirlo, romperlo, terminó mordiéndose la mano hasta casi sacarse sangre.

Sus dedos estaban rojos de tanta presión, se le escaparon unas lágrimas de impotencia. Era demasiado soberbio para admitir que creía en algo mas que en él mismo, pero cerró los ojos y le hizo una promesa al universo. Si esto se resolvía, se llevaría mejor con su hermano, sabía que la pésima relacion que tenían se debia a su prepotencia, a no querer asumir nunca que estaba equivocado. Juro que iba a cambiar, iba a ser un hombre nuevo, de hecho empezaría por contarle a Pedro lo que habia pasado. Quería sincerarse, sólo de esa manera podría empezar a mostrarse mas humano, sí, esto los acercaría en definitiva.

Hizo un ultimo intento mientras abría los ojos. La pulsera, al fin, cedió. La guardó mientras recuperaba el aliento y se sentó en la cama.

Cuando volvió Pedro, lo vio acalorado y le preguntó que había pasado. No le contestó. Se giró, encendió la tele con una mano y se cubrió las marcas de la otra con el almohadón.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Día de la primavera

Quiero jugar bien al fútbol. Que mi pierna derecha responda a todo lo que yo le digo, y no estaría de mas que la izquierda también. Que jueguen en equipo, se la pasen entre ellas, la izquierda a la derecha y así gambeteando hasta el arco. Que mis reflejos sean de acero, y poder calcular donde me tengo que poner para que la pelota me caiga justo encima y dar un cabezazo perfecto, limpio, certero. Tener la pelota atada al pie con un doble nudo imaginario. Que me vengan a marcar y seguir como una topadora, pasar 3, 4 jugadoras como si nada pasara. Hacer caños, pero no de suerte, sino porque juego bonito. Ser una barrera, que no me pase nadie, poner la pierna dura como un muñeco de metegol. Ablandarme para salir con un sombrero, una pisada en el momento menos esperado. Hacer paredes, cómo me gustan las paredes, dejarla justo para que la otra se adelante un poco y meta el gol. Bajarla sin esfuerzo, dominarla, dormirla y acomodarla para dar el golpe final, que se transforme en un cohete que por poco rompa la red en un ángulo. Es mi deseo para el día de la primavera. Un día, ¿qué le cuesta?

viernes, 19 de septiembre de 2008

Sueño

Estamos en una etapa de poco trabajo. No estoy acostumbrada a estar ociosa en horario laboral y se me hace el día muy largo. Y después de almorzar, como un tío gordo en un asado, me agarra sueño.
Dormir la siesta es algo tan delicioso. Se disfruta 500% más que a la noche. Igual me cuesta quedarme dormida a la tarde, y como soy impaciente no aguanto mucho esperando, así que casi siempre me voy a hacer otra cosa. Pero cuando lo logro me despierto feliz y descansada.
Fantaseo con fabricar una cama abajo del escritorio como George Constanza. Me lo imagino y las pesitas en los párpados me empujan más hacia abajo, se me hace agua la espalda (no iventé yo la frase, pero qué inspiradora).

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Zooterapia

Estar con mi perro es una de las cosas que más me calma cuando estoy mal.
Si llego triste a casa, sólo con el movimiento de su cola me contagia un poco de alegría. Cuando me ve llorar hace que por lo menos por un rato los problemas no parezcan tan grandes poniéndose cerquita o apoyando la cabeza en mis piernas.
Que sea tan pero tan lindo ya me hace sonreir, y más cuando juega con una botella, o salta a alcanzar la pelota, o tuerce la cabeza para entender, o se tira como una alfombra, o saca la leng¨uita rosa porque está contento, o me mira con esos ojos de almendrita, o suspira, o se rasca, o bosteza, o se despereza, o hace como tambor el de Bambi cuando le rascás la panza, o se pone atento cuando escucha algún ruido, o pone cara de pobrecito para pedirte comida.
todo me da ganas de abrazarlo, y lo abrazo muchas veces por día y le digo que lo quiero.
Vigo me hace la vida más linda.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Amarga

Hoy vi Un novio para mi mujer. La tana, el personaje de Valeria Bertucelli, me pareció insufrible pero a su vez me resultó entrañable, porque en algún punto me sentí identificada con ella.
Juro que nunca estuve ni cerca de ese punto de amargura ante el mundo en general, pero durante mucho tiempo una gran parte de mi gustaba mucho de la crítica. No tanto dirigida a personas concretas sino hacia lo producido por otros: publicidades, canciones, películas, por ejemplo. En esa parte desafinó, eso está mal escrito, ¿cómo lo publicaron así?, el final de la película es un divague, cualquiera ese slogan, afirmaba rotundamente.
Por suerte me di cuenta a tiempo de lo fea que es esta práctica, de la mala energía que contagia al ambiente y de cuánto te va amargando poco a poco sin que te des cuenta. Es mucho más lindo apreciar lo bueno de las cosas en vez de estar buscándoles el error, o mejor aún, llegar a disfrutar de eso que supuestamente está mal. Estoy 100% segura de que ante cualquier hecho, la actitud que uno elige condiciona muchísimo lo que siente.
A pesar de todo esto, uno nunca cambia del todo, y cada tanto me gusta volver a ese lugar que me es tan cómodo y familiar. Es por eso que de vez en cuando disfruto escuchando o esbozando una crítica no constructiva. En especial cuando me hace reir. Esto lo tengo que hacer obviamente conciente de que no puedo abusar de este permitido que me doy.
No debo olvidar que soy una criticona en recuperación.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Varonera

Cuando era chica me gustaba jugar con mis amigas a las barbies (tenía también una tamy, nadie la elegía), a que era una sirena (en la pileta, no valía descruzar las piernas) a que era grande y tenía novios, a los pin y pon (en la bañadera) y otros entretenimientos de nena. Pero también me divertían muchísimo los playmobils, la lucha y los muñecos de He man y deseaba que mis primos me dejaran por lo menos una vez jugar con ellos al fútbol (sin éxito, no los podía convencer).
Siempre me sentí medio varonera. Una vez me hicieron una carta astral y me dijeron algo así como que tenía el sol y la luna, que creo que vienen a representar lo masculino y lo femenino, y que por eso era tan independiente. Lo de independiente lo pongo ahora totalmente en tela de juicio, pero sigamos.
Cuando se hace una reunión bigénero, me doy cuenta de que me entretengo más con los señores. Amo a mis amigas y me encanta juntarme de a muchas a charlar como sólo las mujeres podemos hacer. Me aportan algo que ningún tipo podría reemplazar y que es característico de nuestro género. Pero, en un asado, a la hora de elegir entre ambos bandos, me inclino por ellos.
Voy a decir cosas sin pensar demasiado a riesgo de ser polémica.
Los temas de conversación trivial (small talk) entre femeninas, especialmente cuando algunas no se conocen demasiado recaen muchas veces en el casamiento de una (y qué te vas a poner que faltan sólo 6 meses!), los hijos de la otra, tratamientos de belleza (en especial depilación definitiva que es una maravilla!), dietas, críticas y comentarios sobre la vida de otras personas y demás asuntos de ese talante.
Las charlas entre hombres, me da la sensación, son más variadas y sorprendentes. Cuando no se detienen dos horas seguidas hablando de fútbol (y criticando a jugadores que dominan la pelota como ellos nunca podrían soñar), amenizan más la tertulia.
¿Es esta una realidad objetiva o es que soy una vendida varonera?

martes, 9 de septiembre de 2008

Besitos

Hoy pedí comida por teléfono. El tipo que me atendió era muy confianzudo. Pero confianzudo bien, no como un conocido de una amiga que entra a tu casa y te abre la heladera sin preguntar, sino de esos que te hablan como si te conocieran hace mucho. Macanudísimo, metió un par de comentarios graciosos, se reía y hacía todo aquello que convierte en simpática a una persona.
Cortó con "un besito", obviamente se lo devolví, de lo más divertida.

Me encanta que la gente que atiende al público sea así, descontracturada, más humana y dadora de besitos. Me genera una sonrisa que salgan del lugar impuesto y que metan en el medio algo personal, una anécdota, una frase, algo que los mueva de su rol de atendedores al público mecanizados.

Si este es un extremo de trabajadores que me simpatizan, en el otro están, por ejemplo, los de las compañías de celular, que te saludan como robots (pobres, los vigilan), tienen speech de robot y aunque trates de que te escuchen como seres humanos han perdido todo rasgo de humanidad al traspasar las puertas del callcenter.

Cuando yo estoy trabajando y tengo que llamar a un grupo de personas y decirles más o menos a todos lo mismo, trato de ir cambiando el guión así no me aburro. Y no me gusta despedime con un hasta luego. Es muy formal, me queda forzado (tampoco me sale hablar de usted aunque trate, cuando empiezo a ustedear con alguna persona más grande al rato empiezan a aflorarme los tuteos).
Mi saludo de cabecera, entonces, es "un beso". En algunos casos me doy cuenta de que no pega, pero se me escapa igual.
Por mail, lo más serio que uso es el "gracias", el "nos vemos" o el "saludos", pero siempre seguidos por un signo de exclamación.

Todo esto pensé cuando corté con el recepcionista de confianza.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Shhhhhhhhhhh

Me senté a escribir, pero algo impide mi concentración: el potente ruido de la computadora. No sé donde esta el problema, pero emite un zumbido constante tan insufrible que en algunas culturas sería considerado tortura.
Los ruidos molestos son de las cosas que más pueden irritar a un ser humano. En mi caso:

-Tuve que poner doble vidrio en la ventana de mi cuarto hace unos años en medio de una racha de insomnio. Vivo sobre una avenida y el trajín de los colectivos mezclado con la falta de sueño era una combinación letal.
-Subí en camisón a pedirle al vecino de arriba que bajara la música tras 2 noches seguidas de juerga en medio de la semana laboral. Al hacer caso omiso a mis pedidos, llame a la policía, que llegó después de que se habían ido a un bar a las 6 de la mañana. Después me sentí mal por ser una vieja cascarrabias a la corta edad de 25 años, pero alego demencia temporal ante una situación extrema
-En este mismo departamento tuve que soportar la construcción de un edificio entero pegado al mío ¡con obreros que no paraban los sábados! Por supuesto, no me privaba de sacar mi cabeza por la ventana del pulmón para manifestar mi protesta a viva voz.
- En la calle, cuando estoy en un ánimo irascible suelo gritarles a los conductores que abusan de la bocina. Si están parados con la ventana baja, me acerco y les pido que paren en un tono mas cordial. Soy una detractora acérrima de la bocina, entiendo que sirve para casos de emergencia, por lo que no se podría erradicar. Pero me gustaría que se fuera gastando y se renovara una vez por año, o algo así, para moderar su uso. Si manejara, juro que no la usaría nunca.
-En el trabajo, no es raro verme bajando el volumen o directamente apagando la radio que hay en la oficina. Cuando tengo que concentrarme en algo y está Matías Martin hablando, tardo 5 veces mas, es un dato científicamente comprobado. A veces las que comparten oficina conmigo se olvidan de volver a prenderla por un tiempo, hasta que se hace un silencio y tienen la compulsión de subir la perilla, como una especie de horror al vacío versión auditiva.
-Suele ponerme tensa cuando suena repetidamente un celular, en especial cuando el ringtone para los mensajes en laaaaaaaargo como el de una llamada. Si mi celular empieza a sonar seguido, lo pongo en vibrador y me lo quedo cerca.
-Ultimo, pero no menos importante: no me gusta que las páginas de Internet vengan con música, casi siempre el volumen de los parlantes está muy alto y me descoloca.


Me estoy dando cuenta de que contrarrestro estos achaques a mi paz interior con mucha agresión, voy a intentar relajarme y si es necesario empezare a salir con orejeras aún en verano.
Pero por favor, no toquen bocina, no sean pisteros, no elijan ringtones largos y estridentes, no construyan en la ciudad ni pongan música fuerte después de las 2 de la mañana.
La contaminación auditiva nos afecta a todos, muchas gracias.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Preguntame de nuevo a ver qué te pasa

Hay una pregunta que decididamente no me gusta que me hagan. Con sus variantes, es más o menos la siguiente:
Y vos en qué andás, ¿estás de novia?

La situación es siempre así: te encontrás con una persona a la que no ves muy seguido y como para saber un poco (o hacerse la que quiere saber) qué es de tu vida te tira ese poco táctil interrogante. (nótese que no me incluyo cuando viene de alguien que quiere saber tu estado civil porque tiene otro tipo de intereses, ese es un tema aparte).

Todas y cada una de las veces me agarra desprevenida, es una sorpresa non grata a la que no me acostumbro. Y trato de articular un no con mi mejor cara (que se esfuma si siguen indagando en el por qué, en "cómo puede suceder tal cosa"-o peor- ¡si sos tan linda!").

No puedo eludir la aberrante pregunta en cuestión, aparece cíclicamente cada cierto período.

El interpelador puede corporizarse bajo muchas formas, un ex compañero de la facultad, un vecino, el portero, una amiga de tu mamá, un chico con el que saliste (el efecto quizás sea más nocivo), un amigo del trabajo, una zorrita del secundario, una conocida que está re bien con su novio y muchos etcéteras.

Seguramente sea esa clase de individuos que pregunta "¿ya terminaste la carrera", "¿cuándo se casan?" "¿para cuándo el bebé?". Siempre me imaginé a esa gente como un encuestador con un multiple choice mental que va chequeando casilleros. O como un Susano Gimenez, haciendo su entrevista con la fichita que le escribió la producción en la mano y no por un interés genuino.

A veces pienso que muchos pasan por el "¿cómo estás?" muy rápido, como una simple formalidad, para ir después a por resultados, cosas tangibles, cuando lo más importante e interesante es cómo se siente esa persona con eso que le va pasando.

Pero me fui por las ramas. Lo que iba a decir era más sencillo. Quería tan sólo manifestar mi protesta contra todos los que me hacen esa pregunta, que a esta altura ya es retórica porque saben de antemano cuál va a ser la respuesta.

A ellos me gustaría proponerles un pacto, una tregua. Voy a ir anotando todos sus mails y cuando me ponga de novia prometo firmemente hacer una cadena virtual esparciendo la buena nueva.

Mientras tanto, les agradecería si me dejaran tranquila.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Música en movimiento

Hoy venía en el subte escuchando Come Together.
No tenía puestos los auriculares yo, los tenía una chica que estaba en mis cercanías, de esas cercanías que el subte a la hora pico puede lograr.
En poco tiempo me encontré moviendo la cabeza al ritmo y tratando en voz alta de seguir la letra (siempre me confundo las líneas de unas estrofas con otras, tiene su cuota de dificultad esa canción). Y noté luego que la dueña del mp3 se mantenía inmutable.
Parecía no haber sido afectada por tan irresistible tema, su cara no demostraba emoción alguna, su cuerpo estaba quieto y su boca cerrada. Me llamó la atención, ella había elegido esa canción y realmente la había puesto muy fuerte, lo que debería haber aumentado el efecto reactivo de la misma.
Pensé a continuación: si me acoto al universo de gente que escucha mp3 en el viaje hacia el trabajo, la gran mayoría al hacerlo no muestra ningún tipo de expresión corporal.
A mí, en cambio, si la música me gusta o es pegadiza, ¡tengo que seguir el ritmo! Muevo un pie, hago que toco la batería o la guitarra con las manos, bailo un poquito…Si sé la letra la tengo que cantar, o por lo menos mover los labios, por lo menos.
Entonces los que son inmunes ¿es porque no lo sienten o porque expresarse les da vergüenza? ¿Con mis cánticos le resultaré insoportable a mis compañeros de colectivo?

martes, 2 de septiembre de 2008

Masculinos y singulares

En mi ínfima experiencia, pude confirmar al menos 2 certezas sobre los hombres.

-Salvo cuando algo les genera una preocupación especial, se duermen extremadamente rápido en relación con la mujeres. (acompañando muchas veces el sueño con sonoros ronquidos).
En las últimas 3 clases de yoga a las que asistí, sendos varones terminaron emitiendo ruidos molestos desde sus fauces en la parte de la relajación final, impidiendo el reposo mental del resto de los presentes.

-Si les contás que jugás al fútbol te van a preguntar si te pueden ir a ver. Después no lo hacen, pero la pregunta siempre llega. Es infalible, no hay excepciones, no hay.

Por lo menos así lo veo yo.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Mente en blanco

La psico me dió una tarea para la semana: NO CROQUETEAR (textuales palabras).
Le pregunté, entonces, si cuando mi cabeza me traicionaba y quería funcionar podía pensar en los ositos cariñosos.
No, me dijo. ¿Ves? Estas planeando lo que tenés que pensar para no pensar. Dejá de organizar todo, actuá y dejate fluir.
Es la tarea más difícil que me dieron en mi vida. Vamos a ver qué pasa.